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Lo que el Ojo no Ve, pero el Corazón Siente

Se cruzan miradas, sonrisas, y ese gusanillo aparece

 

Pasan los días, se suceden los encuentros. Comienzas a admirar a esa persona que te roba el aliento.

 

Le observas en silencio, le dedicas canciones mentalmente cuando no estás en su presencia. Todo te recuerda a él o a ella y estas deseando contarle algo que te ha acontecido durante tu día…

 

Cuando escuchas su voz la presión sube de nuevo desde tu estómago a tu garganta; a veces, no consigues borrar de tu mente su tacto, sus gestos en la cama, e incluso sus gemidos.

 

No te das cuenta, pero te has quedado ciego, ciego de amor.

 

Y es que, cuando el corazón siente, los sonidos se bloquean. El corazón a veces late, tan, tan fuerte que te quedas sordo, ciego, mudo, y parece que toda la sangre se queda coagulada con el eco del nombre de la persona en tu interior.

 

Estás raptado…

 

Estás tan y tan raptado, que todo lo que hace, dice, o la forma en la que se dirige a ti te parece perfecta, y es precisamente por este motivo por el que dicen que el Amor es ciego.

 

Pasas por alto cosas…, tantas cosas, que no eres capaz de darte cuenta de que esa persona, esa persona, no es para ti.

 

Ves tan poco en esos momentos, que eres incapaz de darte cuenta que no comparte tu estilo de vida, ni tus valores ni costumbres (y es precisamente la novedad de lo diferente, lo que muchas veces venda más a esos ojos de la consciencia y de tu ser).

 

Tu corazón late tan lento que pararías todo el puto mundo, con tal de disfrutar más con esa persona. Todo el tiempo se te queda corto.

 

El corazón siente tanto que el tiempo vuela, y es que te has pillado con el corazón, mientras tus ojos parecen estar cerrados (o quizá seas tú quien haya decidido cerrarlos)… por no sufrir; por no enfrentarte a la realidad, esa que tanto duele.

 

A veces, por no querer enamorarte de ti, al final acabas con un vacío tan grande dentro que no llegas incluso a reconocerte por las mañanas frente al espejo.

 

¿Recuerdas?. Tu preferiste cerrar los ojos y agarrarte así de fuerte a ese latir del corazón, que olvidaste realmente quién habitaba dentro de tu cuerpo. Ése eras tú.

 

Te olvidaste de ti, de ese “tengo que cuidarme”, de ese “tengo que aprender algo nuevo”, de ese “quiero sonreír”, “quiero conducir sintiéndome vivo”, “quiero volver a cantar a gritos y saltar como en un concierto de The Prodigy”.

 

Te olvidaste también de esos quieros… “mañana quiero empezar a amarme y a ponerme a mí por delante de todo”. Esa frase que siempre nos prometemos, pero que nunca somos capaces de poner en práctica; mientras que por el otro…, ¡¡Joder!!, “casi lo doy todo”… (hasta mi vida).

 

Por eso te animo a que frenes, a que abras tus preciosos ojos, seas consciente de tus bonitas pestañas (esas que se vislumbran a veces como sombras), y que ames; ames super fuerte, intenso y de una forma tan grande, que seas capaz de mirarte frente al espejo y comiences a sentir con el corazón…, y que sientas ese amor tuyo y por ti que nunca te diste, pero que permitiste derrochar a los demás entre sus manos.

 

 

 

Efectivamente, hay muchas cosas que el ojo no ve, pero que el corazón siente.

 

 

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